Desde hace 26 años, tengo un pequeño mambo que me gusta
tener, me hace bien…
Compartimos sangre y gestos, pelos e historia, viajes y
apellidos… con el tiempo nos convertimos en amigos. Es de esos mambos que está
bueno tener, esos que son de colores.
Fue como una campanita que me despertaba para ir al colegio,
me retaba cuando el mambo mayor no lo hacía, me echaba la culpa y me ponía en
evidencia, cumpliendo así su responsabilidad de haber llegado cuando yo tenía
un año y medio.
Por momentos, pareciera que este mambo que tengo nació antes
de llegar a mi vida: vino de otro lado, donde maduró y vivió las mil, para
llegar a mí con toda la inocencia y darme todo.
A veces se alejó de mí, me dejó hacer, sin molestarme ni
darme órdenes otras veces se pegó y me protegió. Otras veces yo le pegué,
mucho. Pero siempre está acá adentro, en esta parte linda, y es el único mambo
que sé que va a estar siempre mambeándome, porque esa es su función.
Y, como ustedes ya sabrán, los mambos crecen, se van haciendo
independientes, fuertes y siguen su camino.
Yo no puedo terminar de creer que
este mambo dio tantos pasos y ahora ya puede ganar maratones internacionales en
cualquier disciplina, que cada vez es más hermoso e inteligente.
Y lo que más me gusta es que yo también soy su mambo, de
otra manera, pero lo soy.
Mambita, caéte, ensuciate, gritá, volá, viví, que yo voy a
estar siempre mirándote y diciéndote que sos lo mas.
Te amo, te admiro, te agradezco que seas Violeta.
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